lunes, 3 de octubre de 2011

JOAQUÍN ARAÚJO EN NUESTRO CENTRO

En mi imaginario infantil –como en el de casi todos los niños- el bosque ocupa un lugar privilegiado. Es escenario de aventuras y está habitado por protagonistas de cuentos, esa estirpe maravillosa de la que todos los afortunados descendemos . ¿Quién no habría querido vivir como Mowgli en la selva, que como todo el mundo sabe, es un bosque que no ha ido todavía a la escuela?¿Quién no se ha estremecido al leer en un mapa “La Selva negra”? ¡No es concebible oscuridad más grande!. Después, en mi caso, a ese repertorio legendario se han ido añadiendo otras imágenes de bosques. Proceden de la botánica, la estética, la agricultura, la historia, y también de mi experiencia de caminatas entre árboles o en busca de árboles. Heiddeger, uno de los grandes filósofos del siglo XX, escribió un importante libro titulado Holzwege, que significa “sendas que se pierden en un bosque”. Para él, era una metáfora de la vida humana. Nuestras vidas no son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir, sino caminos que se internan en el bosque. ¿Y qué encuentran allí? Depende de las personas. El bosque, como la vida, es un gran test de inteligencia.

Y ese test nos revela que el bosque ha sido víctima de la estupidez humana. Lo hemos quemado, arrancado, expoliado, despreciado, ensuciado. Lo hemos hecho víctima de nuestra codicia y también de nuestra pereza y de nuestra vulgaridad. Los antropólogos nos dicen que la brillante cultura de la Isla de Pascua desapareció porque sus habitantes destruyeron sus bosques y se extinguieron. Esto me anima a hacer un test de inteligencia de las sociedades que tendría una única pregunta: ¿Qué hace su cultura con los bosques? W.H.AUDEN entrevió esta posibilidad cuando escribió “Una sociedad no es mejor que sus bosques”. Me atrevo a decir más, acaso la forma de pensar, vivir, cuidar un bosque pueda servir como test de inteligencia individual. ¿Y usted que piensa, siente, hace con un bosque?

Todo lo anterior lo he explicado para poder hablar de Joaquín Araújo, que es lo que me interesa, porque tengo una deuda de admiración con él, y quiero pagarla. Mi admiración se debe a que para mí representa lo más valioso de la inteligencia humana. Me niego a admitir que ustedes piensen que exagero. Nuestra inteligencia es a la vez científica, poética, práctica, soñadora, contemplativa, activa, protectora de lo valioso. Ante ella, la realidad es un permanente estallido de sugerencias maravillosas y también, por desgracia, de tentaciones. En este libro, Joaquín nos presenta un bosque compuesto de árboles, y un bosque compuesto de palabras. Un bosque real y un bosque simbólico, que no es más que la culminación humana de lo real. Nos enseña a mirar, a sentir, a comprender y a expresar. Nos contagia sus entusiasmos, que es la mayor demostración posible de generosidad. Es un demoledor amable y contundente de la estulticia. ¿Y que es la estulticia? Se lo contaré con un ejemplo. La sabiduría oriental dice: “Cuando el sabio señala la luna, el imbécil mira al dedo”. Voy a corregir el proverbio. “Cuando el sabio señala a un bosque, el imbécil mira el infiernillo de sus pasiones: la codicia, la pereza, la irresponsabilidad, o la soberbia de la ignorancia.

Al terminar el prólogo a este libro bellísimo, me asalta una alegre duda. No sé si les invito a leer un libro de poesía, un libro de ciencia, o un libro de ética. Joaquin Araujo ha introducido en el mundo del libro una maravilla del mundo de la agricultura: la hibridación creadora. Un cerezo injertado en un tronco de membrillo produce cerezas aprovechando la energía del membrillo. Pues bien, Joaquín hace ciencia aprovechando la energía de la poesía, o hace poesía aprovechando la energía del amor, o cuida la naturaleza aprovechando todos sus amores. A partir de este momento tengo un motivo justificado de orgullo. Puedo decir: Yo prologué un libro de Joaquín Araújo.

Jose Antonio Marina prologa el nuevo libro de Joaquín Araújo “Árbol” (Editorial Gadir)