Crear lectores para el futuro... y no
morir en el intento
EL PAÍS WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 18 JUN 2013
El ciclo ‘Lecciones y maestros’ está dedicado a la literatura infantil y juvenil
Molina: “Hay que convertir la lectura en un premio y no en una tarea más” Gisbert: “Se deben crear libros que reten al lector a entrar en ellos”
Futuro soñado: más y más lectores. Pasado a olvidar: malas prácticas en el inicio de la lectura. Presente deseado: mejora en el desarrollo del plan lector en colegios e institutos. Es parte del recorrido sobre la literatura infantil y juvenil que han hecho Joan Manuel Gisbert, María Isabel Molina y Jordi Sierra i Fabra en la séptima edición de las jornadas Lecciones y maestros, organizada por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y la Fundación Santillana, en Santander. Una de las peticiones de los escritores es que se inculque el verdadero placer de la lectura en los menores, para lo cual, afirma Molina, “los profesores tienen que convertir la lectura en un premio y no en una tarea más”.
El Palacio de La Magdalena, en Santander, es el escenario elegido para estas jornadas que ayer estuvieron dedicadas a Molina y Gisbert. Hoy será el turno de Sierra i Fabra. Una manera de recordar no solo la importancia de crear lectores, sino de fomentar la lectura justo en un momento en que los libros tienen cada vez más rivales en el ámbito del entretenimiento y del ocio.
Placer, emoción y goce debe ser el resultado al coger un libro, a sabiendas de que, asegura Gisbert, detrás de esto, o, mejor, implícito, está el aumento de la riqueza del lenguaje, lo que a su vez conduce a un mejor desarrollo del pensamiento.
La jornada inaugural, que contó con la asistencia de Ignacio Polanco —presidente de honor del Grupo Prisa—, César Nombela —rector de la UIMP— y Basilio Baltasar —director de la Fundación Santillana—, tuvo presente no solo el recorrido por el origen de los lectores y su futuro; también los autores dieron pistas sobre sobre los embrujos que deben crear los escritores para seducir a niños y jóvenes. Una clave para Gisbert es “despertar impulsos fundamentales relacionados, por ejemplo, con la vivencia del misterio o la atracción por el enigma. Historias que reten al lector a entrar en ella para dilucidar temas y saber qué esconde el libro, ayudados por una estructura adecuada”. Dentro de las temáticas de seducción, Gisbert señala la de mundos absurdos pero que amplían la realidad conocida.
“¿A quién no le gusta leer?”, preguntó un día María Isabel Molina en un instituto. Doce niños levantaron la mano. “¿Por qué?”, preguntó ella. “Porque los libros están llenos de letras”, fue una de las respuestas en medio de las risas de sus compañeros. Pero la escritora supo que esa respuesta, aparentemente obvia, quería decir que la lectura había resultado pesada y no se había convertido en una aventura para el adolescente. Muchas veces, aclara Molina, los profesores simplemente dicen qué libro o libros deben leer los alumos, piden comentarios escritos o hacen encuestas o evalúan, “pero no motivan su lectura, no lanzan un señuelo”. Si no se motiva, agrega la escritora, significa que se está ejecutando mal el plan lector.
“No es un género menor, aunque su presencia sea pequeña en los suplementos culturales de los periódicos, destinados lógicamente a lectores adultos”, dijo en la inauguración de las jornadas Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana en España. Es más, recordó que la literatura infantil y juvenil es parte viva de la creación, y citó a Mario Vargas Llosa y su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 2010, que empezaba diciendo: “Aprendí a leer a los cinco años (…) es la cosa más importante que me ha pasado en la vida (…)”.
A ello han contribuido en el ámbito del español los tres maestros de estas jornadas. Joan Manuel Gisbert. (Barcelona, 1949) es uno de los principales exponentes de la transformación que se inició en la literatura para niños y jóvenes en España, a partir de los años ochenta. Entre sus obras figuran Escenarios fantásticos, El misterio de la isla de Tökland oLa mansión de los abismos. La madrileña María Isabel Molina ha publicado títulos como El arco iris, La balada de un castellano y Las ruinas de Numancia. Jordi Sierra i Fabra (Barcelona 1947) es uno de los autores más prolíficos en España. Ha publicado 400 títulos desde 1972 y ganado varios premios nacionales. En 2004 creó la Fundació Jordi Sierra i Fabra, en Barcelona, y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra, en Medellín (Colombia).
En la jornada dedicada a Gisbert, Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana: "Es considerado un narrador de sueños, un arquitecto de lo imposible, un hacedor de enigmas, un constructor de laberintos, un hechicero de las palabras, un creador de misterios, un fabricante de ilusiones y un viajero en el tiempo.
¿Cabe añadir algo más?
Sí: un diseñador de escenarios fantásticos, un guardián de olvidos, un descifrador de misterios arcanos, un explorador de abismos…"
El mundo de la creación literaria infantil y juvenil se suma así a las jornadas de años anteriores que ha abordado temas sobre literatura de ficción, ensayo e ilustración con autores como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Luis Mateo Díez, Ángeles Mastretta, Antonio Muñoz Molina, Héctor Aguilar Camín, Rosa Montero y Manuel Vicent, Carlos García Gual, Santos Juliá y Vicente Verdú, Antonio Fraguas (Forges), José María Pérez (Peridis) y Andrés Rábago (El Roto).
Tres maestros de la literatura infantil y juvenil
Joan Manuel Gisbert. (Barcelona, 1949) es uno de los principales exponentes de la transformación que se inició en la literatura para niños y jóvenes en España, a partir de los años ochenta, en paralelo con los movimientos de renovación pedagógica. Algunas de sus obras, como Escenarios fantásticos (1979), El misterio de la isla de Tökland (1981), El museo de los sueños (1984) o La mansión de los abismos (1988) son permanentes referencias de aquel resurgimiento. Traducido a veinte lenguas, ha obtenido buena parte de los más importantes premios que se otorgan en su campo, desde el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil hasta, en dos ocasiones, el premio El Barco de Vapor, entre muchos otros.
En sus obras para niños, escritas en su mayor parte ya en este siglo, Gisbert desarrolla argumentos lejanamente inspirados en cuentos y leyendas de todos los tiempos, para construir relatos de nueva creación, con una especial atmósfera de encanto, aventura, misterio y descubrimiento.
María Isabel Molina. Nació en Madrid, estudió Perito Mercantil. Ha publicado cuentos en revistas infantiles y juveniles y ha colaborado en algunos programas de TV. Entre sus más destacados libros, El arco iris ganaba el accésit al Premio Doncel de cuentos en 1962, y en 1969 La balada de un castellano obtenía el Doncel de novela; la misma obra fue premiada en el concurso Provincia de Trento en 1973 y figuraba en la Lista de Honor del IBBY en 1974. Las ruinas de Numancia fue Premio CCEI en 1966; su novela juvenil El misterio del hombre que desapareció obtuvo el Premio AMADE y un accésit en el Premio "Barco de Vapor" en 1985. El señor del cero ha obtenido el Premio de la CCEI en 1997. Uno de sus libros está incluido en la Lista de Honor del IBBY.
Jordi Sierra i Fabra. Nació en Barcelona en 1947. Su vinculación con la música rock (fue director y en muchos casos fundador de algunas de las principales revistas españolas del género en los años 60 y 70) le sirvió para hacerse popular, sin perder nunca de vista su auténtico anhelo: escribir las historias que su volcánica mente inventaba. Publicó su primer libro en 1972. Desde entonces ha escrito más de 400 obras, muchas de ellas best sellers, y ha ganado casi 40 premios literarios, además de recibir un centenar de menciones honoríficas y figurar en múltiples listas de honor. En los años 2006 y 2010 fue candidato por España al Nobel de literatura juvenil, el premio Hans Christian Andersen, en 2007 recibió el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura, en 2011 fue el primer autor de LIJ en formar parte del Patronato del Instituto Cervantes y en 2012 recibió el Premio Cervantes Chico por toda su carrera literaria. En 2004 creó la Fundació Jordi Sierra i Fabra, en Barcelona, y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra, en Medellín, Colombia, como culminación de toda una carrera y de su compromiso ético y social. Desde entonces se concede el premio que lleva su nombre a un joven escritor menor de dieciocho años. En 2013 se ha inaugurado el Centro Cultural de su Fundación en Barcelona. Entre sus obras más destacadas se encuentran, entre otras, Campos de fresas,Manicomio o El mundo de las ratas doradas.
Las bibliotecas no pierden comba social
Nacidas para democratizar la cultura, se vuelcan con el desempleo y los vecinos luchan por ellas
ELISA SILIÓ Madrid 11 JUN 2013 - 17:23 CET
Las bibliotecas no se libran del
calvario de la crisis: las 56 del Ministerio de Cultura tienen cero euros para comprar libros con un
60% menos de presupuesto; los horarios de muchas se han acortado, con gran
perjuicio en las universitarias; el 40% de las escolares no tienen Internet o
han cerrado algunas de pueblos. Pero como leer es un derecho y para muchos la
manifestación más universal de libertad, la ciudadanía no está dispuesta a
dejarlas caer. Se han convertido, gracias al voluntariado y la labor de unos
bibliotecarios vocacionales, no solo en un centro de lectura, sino un lugar
donde buscar trabajo, hacer los deberes con ayuda o aprender inglés. Allí donde
faltan bibliotecas las abren los vecinos o los padres llenan las estanterías vacías
en la de la escuela de sus hijos de nueva construcción y sin dotación. Mientras
que partidos políticos y movimientos sociales —como el 15-M— han empezado
también a recolectar libros como una de sus principales actividades.
“La
biblioteca tiene que estar activa. No puede servir solo para estudiar. Tiene
que transformarse constantemente, no perder la comba social”. Sobre esta idea
gira todo el proyecto bibliotecario de Carlos García-Romeral, hasta hace unas
semanas al frente de las bibliotecas públicas de la Comunidad de Madrid y ahora
con un proyecto más pequeño pero igual de ilusionante en sus manos: la biblioteca
del obrero y combativo distrito de Vallecas.
Estos
centros públicos se han convertido en un lugar de búsqueda de empleo y de
incentivo del emprendimiento. “No hay que olvidar que nacieron con la sociedad
industrializada para equilibrar las diferencias entre clases sociales y hoy
para romper la brecha digital”, razona García-Romeral. Hay que ir mutando. En
2005 en Madrid empezaron a impartir clases de español y de lectura fácil y hoy
se familiariza a los usuarios con las nuevas tecnologías. Muchos no disponen de
ordenador o Internet y allí renuevan la prestación del desempleo de forma
telemática, aprenden a hacer su currículum o a manejarse en inglés.
“En realidad siempre nos hemos preocupado por el empleo. Colgábamos en el corcho los boletines con las convocatorias de becas, oposiciones... Y luego se empezó a completar con información de talleres...”, recuerda García-Romeral. “Ahora estamos en la sociedad de las nuevas tecnologías y hay que hacer algo nuevo”.
“No hay ninguna institución que te dé el calor y la proximidad de una biblioteca. No sé cómo será el futuro. La gente se descargará desde casa los libros, pero seguirá habiendo una necesidad de encontrarse, de escuchar historias, y las bibliotecas son el escenario ideal”, piensa optimista Blanca Calvo, directora de la Biblioteca Pública de Guadalajara. “De encontrarse en los estantes de astronomía y ponerse a charlar surgió una asociación, y lo mismo ocurrió con los cómics. O un señor de un club de lectura murió de cáncer y sus compañeros no le dejaron solo en sus últimos días”.
El cobijo de un papá Estado lastrado por la crisis es cada vez menor y son muchos los vecinos convencidos de que “no queda otra” que la autogestión. Durante años, las Administraciones invirtieron en equipamientos sociales que ahora a duras penas pueden mantener y proponer un proyecto nuevo da casi risa. Por eso cada vez más ciudadanos se involucran de forma voluntaria en tareas que hasta ahora cubrían los servicios públicos.
La Federación de Gremios de Editores de España calcula que el 30,1% de la población ha acudido en 2012 a estos servicios de biblioteca, dos puntos porcentuales más que en 2011. El 87,9% de los entrevistados que acudieron a una biblioteca lo hicieron a una pública, el 16,1% a una universitaria, y solo el 3,7% a una escolar.
Los recortes preocupan a sus profesionales. María Teresa Sans, bibliotecaria en un pueblo de Castilla-La Mancha, alertaba en una carta en EL PAÍS: “Resulta demoledoramente triste comprobar cómo el trabajo y la ilusión de tantas personas pueden desmoronarse después de más de 20 años en los que se ha ido creando, en esta comunidad eminentemente rural, una red de bibliotecas profesionalizada frente a bajos índices de lectura, envejecimiento poblacional, dispersión geográfica o desidia cultural”.
Luis Cotarelo no entiende cómo actúa de portavoz de la biblioteca Las Palomas, ocupada por los vecinos del barrio del Zaidín (Granada) porque la mayoría son mujeres. “Abuelas que lucharon con éxito porque la reabrieran dos veces hace 30 años, sus hijas que disfrutaron de la biblioteca y sus nietas”, cuenta. En la primavera de 2011, el Ayuntamiento decidió cerrarla argumentando que el barrio tenía una nueva biblioteca. “Es verdad, con los fondos de ZP y para universitarios, pero la nuestra está en un sitio deprimido y las señoras mayores y los chicos sin recursos, que consideran suya Las Palomas, no se van a desplazar tres kilómetros para ir a la otra. Por eso cundió tanta indignación y nos movilizamos”. Sin aviso se clausuró y el recuerdo es “traumático” por la actuación de los antidisturbios locales cuando una sentada de vecinos intento impedir que se llevaran los libros a un almacén. “El dinero que se ahorren lo pueden invertir en la restauración de ese monumento a la Falange que no les da la gana retirar, quizás por sus valores estéticos”, se indignó Antonio Muñoz Molina en su blog.
Protestaron durante 15 meses y su reunión con el Ayuntamiento fracasó, así que se convirtieron en okupas en diciembre tras recoger 10.000 libros. El consistorio va a devolver a la Junta de Andalucía el edificio y en ello se escuda para no dar su versión. El Gobierno autónómico, que reconoce la necesidad de dos bibliotecas en el Zaidín, con 44.000 vecinos, dice: “No tenemos ningún interés en que se devuelva un edificio vacío. Hoy sigue siendo necesario”. Y baraja “la posibilidad de contar con la colaboración de otras entidades e instituciones dispuestas a apoyar esta iniciativa ciudadana”.
Las Palomas funciona gracias al tesón de 50 voluntarios fijos y un centenar eventual. “Pero no queremos resolver la papeleta a nadie. Queremos que se haga cargo la Administración”, advierte Cotarelo. Este reemplazo de los funcionarios por voluntarios preocupa mucho a Clavo que se felicita de que “en Guadalajara han entendido que la biblioteca está para las vacas gordas y para las flacas”. Este año no cuentan con presupuesto para libros —en 2007 disponían de 150.000 euros— y son los propios vecinos los que están sufragando la compra de nuevos fondos. Los mismos que gestionan un taller de deberes para 120 niños, actúan de cuentacuentos o montan un curso de cine para 100 personas.
El proyecto de las naves de Can Batllólleva fraguándose a fuego lento desde hace 30 años en La Bordeta, un barrio barcelonés de industrias textiles en reconversión. La Biblioteca Popular Josep Pons, gestionada por sus reivindicativos vecinos, se inauguró en septiembre con 12.000 libros, un bar y un pequeño auditorio. “Muchas son donaciones particulares, pero también heredamos de un señor sus 1.000 volúmenes y de una parroquia 2.000”, cuentan al unísono Josep Rius y Anna Barnés, dos de los 30 voluntarios que se turnan para gestionar el centro. El Ayuntamiento de Barcelona paga la luz y el agua. “Nos organizamos para la limpieza, la catalogación, la recepción, los préstamos… Somos libres. Cuando el Estado y los bancos te dan de lado, no queda otra que tomar las riendas”. La Josep Pons se ha convertido a través de la Red en un referente para otras bibliotecas sociales más pequeñas de Barcelona. “Muchos ateneos literarios tienen tradicionalmente sus pequeñas bibliotecas, pues entienden que la lucha no tiene que ser solo cultural, también social”.
Can Batlló funciona de forma autónoma, pero en diez de las bibliotecas públicas de Barcelona —dos más que hace un año— los usuarios aprenden a elaborar su currículum vitae, a enfrentarse a una entrevista, a manejar el ratón o a tratar imágenes digitales. “Es más fácil ir a una biblioteca a buscar trabajo que a una oficina de empleo porque no está estigmatizado. Pero no somos una oficina de empleo, ni somos consejeros laborales, somos proveedores de información y de recursos útiles para la búsqueda. Tener buena información es crucial para tomar decisiones sobre tu vida”, expuso hace poco en este diario el estadounidense Kerwin Pilgrim.
Este bibliotecario estableció en la Biblioteca Pública de Brooklyn (Nueva York) un programa para atraer a jóvenes, durante el ocioso verano, a la biblioteca con el anzuelo de las nuevas tecnologías. Visto el éxito, Pilgrim ha puesto en marcha un programa PowerUp! del que se han beneficiado 3.000 personas. Los usuarios son puestos en contacto con los servicios de empleo, asisten a charlas y reciben formación. Más de una treintena de empresas se ha formado tras estos encuentros. Él apuesta por el trato personalizado y está convencido de que las bibliotecas “ayudan a construir personas”.
Hace tres años los 12.000 vecinos dePlaya Blanca, una pedanía de Yaiza (Lanzarote) que no para de crecer, fueron invitados a explicar en un foro de Internet qué echaban de menos. Y muchos subrayaron lo mismo: una biblioteca. “Siempre las he visitado. Incluso en vacaciones. Allí me leía los tintines o los astérix y me gustaría que mi hija tenga dónde reunirse con sus amigos. Que no todo sea la playa o un bar”, razona Javier Caídas, un asturiano que reside en la isla desde hace 17 años. Así que, junto a cuatro vecinos, se propuso almacenar libros, el primer paso para que su anhelo tomase forma. Marcaron varios puntos de recogida de ejemplares por toda la isla, organizaron cinco festivales, promocionaron su proyecto donde les dejaron hablar y, oh sorpresa, coincidiendo con las elecciones todos los partidos de Yaiza decidieron llevar la biblioteca en su programa electoral.
El empeño de estos vecinos no ha sido en balde y 750 socios disfrutan hoy de los 4.500 volúmenes de la biblioteca Playa Blanca, instalada en un antiguo colegio. Ya ha cumplido su primer año abierta y lo han celebrado con un concurso literario. “Hemos empezado a regalar a otros centros porque no tenemos librerías suficientes para tanto libro”, cuenta Caídas. Algunos llegaron de la península, de editoriales o incluso de escritores solidarios como Arturo Pérez-Reverte y Alberto Vázquez- Figueroa. “Somos un equipo de gobierno nuevo y siempre tuvimos claro que era una necesidad para los vecinos. Hay todo lo necesario y, aunque nos gustaría más, hay que adaptarse a estos tiempos”, explica el concejal Francisco Guzmán.
Mientras los vecinos de Salamanca no se han resignado tras el cierre hace un año de la biblioteca de Caja Duero. Por eso se acaba de firmar un acuerdo para que esos fondos bibliográficos pasen a ocupar las estanterías de una sala del colegio Giner de los Ríos. De la gestión se encargarán los ciudadanos.
Oasis en medio de un panorama desolador, cuando las bibliotecas se necesitan y se visitan más que nunca.
En Finlandia le prestan la máquina de coser
El ejemplo de multiusos más extremo es el de las bibliotecas finlandesas. Allí uno puede digitalizar sus LP y casetes, pedir prestada una máquina de coser o asistir a actividades al aire libre. Ya en el siglo XIX esta institución adoptó el lema Por una ciudadanía civilizada. Finlandia, el séptimo país más grande de Europa y con apenas 5,3 millones de habitantes, está muy concienciado de la necesidad de garantizar las mismas oportunidades de cultivarse cultural y literariamente a la población rural, y las bibliotecas son su arma.
Así, la biblioteca municipal de Helsinki puso en marcha en las gasolineras el servicio de información por Internet Pregunta lo que quieras. Los vecinos plantean cuestiones y en el plazo de dos semanas reciben la contestación de los bibliotecarios en finés, sueco o inglés, a elegir. O en la de Espoo, al oeste de la capital, un terapeuta atiende a niños con problemas de lectura.
Según el último informe de las pruebas de evaluación PISA sobre educación, Finlandia es el país número uno en Europa y el éxito se debe, entre otros motivos, a que encajan tres estructuras: la familia, la escuela y los recursos socioculturales. De estas familias, el 80% va a las bibliotecas los fines de semana.
“En los últimos años, las Administraciones autonómicas en España han hecho un gran esfuerzo por dotar las bibliotecas y promocionar la lectura. Sin embargo, no se han preocupado por las escolares. Estamos a la cola de Europa cuando la pasión por leer prende en la infancia. Es más complicado luego”, afirma Javier Cortés, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España. “El gasto de las Administraciones es nulo. Y no depende del color. Lo mismo en Madrid que en Andalucía. Por eso las editoriales miran hacia América Latina”.
Maestros y Alumnos Solidarios (Grupo 2013) sorprende a sus propios gestores. Nació para proporcionar becas escolares en países en vías de desarrollo. Pasaron a levantar allí bibliotecas y hoy centran parte de sus esfuerzos en Madrid. Unos 60 docentes imparten clases a 400 niños desfavorecidos de cuatro colegios y dos institutos de la capital. Catalina Benavides es la coordinadora de su último proyecto, la librería Libros Libres, que arranca tanto entusiasmo que ya tiene hermanas pequeñas dentro de dos librerías de Córdoba y Linares (Jaén) pese a haberse inaugurado apenas el pasado septiembre. Cualquiera puede llevarse y regalar libros. Cuentan con 1.400 socios que abonan 12 euros anuales para sostenerlo. “Venían con maletas para llenarlas de libros y venderlos. No lo juzgo. La gente lo está pasando muy mal. Ahora dejamos llevar lo que les quepa en los brazos”.
El trasiego de libros es tal que no se catalogan. Administrar ese ingente volumen es un delirio. Infantiles en inglés para Nepal, juveniles para un instituto en Méntrida (Toledo), una biblioteca para una residencia de ancianos en Ciudad Real… Ciudadanos de un puñado de localidades han mostrado su interés en montar nuevas librerías gratuitas. Un proyecto parecido se ha gestado en Málaga.
BIBLIOTECA
RETO
EDUCATIVO
La batalla de la lectura
Expertos avisan de que el hábito debe ir más allá de la literatura
ANTONIO
M. YAGÜE 07/05/2013
Los
escolares de 8 a 15 años leen hoy más textos --literarios o de
cualquier otro tipo y en todos los soportes-- que en toda la historia
de la educación, según datos del Ministerio de Educación y de la
Asociación Nacional de Editores de Libros y material de Enseñanza
(ANELE). Pero el reto es hacer que la lectura sea más efectiva como
herramienta esencial del aprendizaje y del conocimiento y rebajar la
cifra del 20% de los denominados "analfabetos funcionales",
alumnos que cumplen los 16 años sin ser lectores competentes. Ello
hace imposible su incorporación al mercado laboral y les aboca a la
exclusión social, según Carmen Campos, consejera técnica y
responsable del programa LEERES (leer.es) del Ministerio de
Educación. Hacia el objetivo de que en el 2020 ese porcentaje se
sitúe en el 15% --similar a la media europea, según Campos-- se
dirigen desde el 2009 los planes en esta materia del ministerio que
ahora dirige José Ignacio Wert.
El último Informe PISA, del 2009, situó a los alumnos españoles de 15 años 12 puntos por debajo de la media de la OCDE en comprensión lectora. La diferencia se amplía a 13 puntos en los de 9 años, según el estudio europeo PIRLS del 2011.
Los
expertos aseguran que leer en papel o en pantalla ya no es una
dicotomía, y que con los nativos digitales "ahora mismo en
España los que son buenos lectores lo son en ambos soportes".
"El LEERES trata de mentalizar a profesores, padres y alumnos de
la importancia de leer no solo literatura, sino sobre todas las
materias a lo largo de toda la etapa educativa, especialmente en la
fase crítica de la adolescencia", asegura Campos, que ha
propuesto cambiar el nombre del plan por el de Alfabetizaciones
Múltiples. "El canon literario es muy importante, pero la
lectura es algo más", insiste Campos, profesora de literatura.
BAJA
EN LA ADOLESCENCIA
La
ANELE constata en su último barómetro que el 85% de los niños de
10 a 13 años dicen leer libros en su tiempo libre, y el 77%, hacerlo
diaria o semanalmente. Su director general, José Moyano, advierte de
que el descenso de la lectura "suele coincidir con la
adolescencia y el auge de las hormonas, lo que unido en España a
tanto sol y tantas formas de ocio dificulta el hábito lector".
Mientras, aumenta la lectura en las redes, con teléfonos móviles y
otros soportes. "En todo caso, hacen falta más planes de
promoción y de bibliotecas para fomentar la lectura y apoyar una
industria que cada año edita más de 9.000 títulos de literatura
infantil y juvenil", sostiene Moyano.
Begoña
López, experta en alfabetización y formación de formadores para el
fomento de la lectura, asegura que los niños la practican hoy muy
tempranamente, sobre todo a través de los diversos soportes
digitales: "Los docentes --observa-- tienen que evitar la
rigidez de imponerles leer una obra y abrirse a los gustos por la
elección de los temas de los alumnos. Tenemos que detectar cuáles
son sus capacidades, gustos, motivaciones e intereses temáticos para
dinamizar el proceso de lectura".
López
apunta que esta tarea exige dedicación por parte de los docentes,
dificultada en tiempos de crisis y con muchos niños en el aula. "Las
campañas de fomento deben ser permanentes. Un niño que diga que no
le gusta leer es que ha tenido una mala experiencia", añade.
Para
la psicopedagoga valenciana Pilar Pérez Estévez, "claramente
los escolares leen más", pero no deben limitarse a la narrativa
o al ocio. "Los alumnos --explica-- han de leer para
aprender, informarse o disfrutar. Pero, por desgracia, no ha
calado la idea de que todos los profesores somos profesores de
lengua. Muchos alumnos sacan mala nota en matemáticas porque no son
capaces de comprender los textos de la asignatura".
A
su juicio, las campañas de promoción inciden mucho en la lectura
como ocio, "lo cual está muy bien, pero deben hacerlo también
en otros campos". "Tenemos que enseñarles las nuevas
alfabetizaciones porque los textos ya son multimodales",
apostilla esta experta.
Un
aula de primaria de una escuela de Barcelona.
Es
un artículo de ”El
Periódico Extremadura” y su enlace es:
LECTURAS
La World Wide Press (publicado en diario.es, en su sección Diario Kafka)
Antonio Orejudo, escritor, autor de Fabulosas narraciones por historias, Ventajas de viajar en tren o Reconstrucción .
Si hablamos de diseño en el Renacimiento lo primero que me viene a la
cabeza son los diferentes tipos de letra que puso en circulación la
imprenta.
Para entender lo que supuso su aparición en el siglo XVI tenemos que
imaginar cómo era la relación de los hombres con los libros antes de que
ese chisme existiera.
Un libro manuscrito era un objeto de lujo. Para elaborar uno, solo uno,
se necesitaba todo un equipo de trabajo: una persona, o varias, que
escribieran el texto, que lo copiaran, otra que dibujara, y tal vez una
tercera que diera color —que iluminara— las ilustraciones.
Luego había que coser los cuadernillos y protegerlos con tapas de
madera cubiertas de cuero que, si el libro merecía la pena, además se
repujaba.
Y estamos dejando fuera todo el proceso previo: el despelleje de cabras
o carneros, el secado y preparación de las pieles —quitarles el pelo,
alisarlas, cortarlas—, la preparación de la pluma —el cálamo— y la
elaboración de la tinta.
El resultado de todo este trabajo en equipo era un objeto único,
carísimo de elaborar, y cuya posesión era indicio, como los coches
deportivos hoy día, de riqueza y poder. ¡Aquellos sí que eran libros
caros y no los de ahora!
Había que tener mucho dinero para poder comprarse uno. Y además muy
poca gente podía leer el latín en el que estaban escritos la mayoría de
ellos.
La cultura y el conocimiento eran por tanto lujos al alcance de una minoría.
¿Quiénes podían permitirse una biblioteca?
Ya lo he dicho: poca gente. Tenían libros los nobles, tenían libros los
monasterios, algunos de los cuales eran verdaderas factorías de
producción de manuscritos, y tenían libros las primeras universidades,
vinculadas a la Iglesia católica .
Aunque en el caso de las universidades sería más apropiado decir que tenían libro,
en singular, porque era el maestro quien poseía el único ejemplar que
existía. Los estudiantes se limitaban a escuchar su lectura comentada.
El castellano conserva restos idiomáticos de aquel sistema de enseñanza en el que los estudiantes escuchaban la lectura del maestro: hoy todavía decimos de un profesor en plena faena que está dando la lección.
La aparición de la imprenta en Europa a finales del siglo XV, principios del siglo XVI dinamitó esta cultura aristocrática.
La nueva tecnología abarataba mucho el proceso de fabricación de
libros, y permitía además poner en circulación decenas de miles de
ejemplares en el mismo tiempo que antes se empleaba para copiar un solo
manuscrito.
Si a esta popularización del libro unimos el hecho de que el latín iba
cediendo el monopolio de la cultura a los diferentes idiomas nacionales,
comprendemos mejor las dimensiones de esta revolución: el conocimiento
dejaba de ser patrimonio de unos pocos y la cultura se democratizaba.
Cualquiera podía ahora leer la Biblia e interpretarla. Y lo más importante: cualquiera podía difundir esas interpretaciones, que no siempre coincidían con la versión oficial.
El resultado de esta facilidad para leer la Biblia y para difundir las
propias ideas provocó discusiones y conflictos que terminaron en
guerras. Muchos intelectuales murieron en la hoguera acusados de herejes
y la Iglesia de Roma acabó dividida en católicos y protestantes.
En términos generales, todo el mundo sabe cómo funciona una imprenta: letritas en relieve que se untan de tinta para que manchen con su huella un papel.
Quizás es menos conocido todo lo que rodea a esas letritas: su diseño, su fabricación y su uso. Me di cuenta de eso hace poco, en una clase de primero con
alumnos muy jóvenes. Aquellos chicos jamás habían jugado en su
infancia con una de esas imprentitas que casi todos los niños de mi
generación recibieron alguna vez como regalo de Reyes.
Lo primero por tanto es aclarar que esas letritas no se llaman letritas, sino tipos, tipos móviles o tipos de imprenta. Y que la técnica que se ocupaba de diseñarlos y fabricarlos recibía, y recibe, el nombre de tipografía.
Aquí tenemos un par de tipos:
Se trata, como se ve, de pequeños prismas que en su parte superior
tienen una letra en relieve. Será esa parte la que reciba la tinta y
manche el papel.
Pero antes de fabricar un tipo había que diseñar la letra que iba
arriba; había que dibujar una a una, cada letra del alfabeto, mayúsculas
y minúsculas, intentado además que todas guardaran entre sí un aire de familia.
No todas las familias — fuentes, las llamamos hoy —
son iguales; lo sabe cualquiera que haya desplegado el correspondiente
menú de Word y haya probado a cambiar la letra de su escrito. Algunos
de los nombres que aparecen ahí —Garamond, Bodoni— son los apellidos de
los tipógrafos que las diseñaron.
Una vez dibujadas todas las letras de una familia, una vez que el diseñador había decidido el tamaño de cada una, su línea base, su remate, su perfil, su grueso, su cuerpo y todos los demás detalles de cada letra
, el grabador —que solía ser la misma persona que la había diseñado—,
iba tallando cada uno de esos caracteres en un punzón diferente.
Un punzón era una pequeña barrita de acero, un prisma alargado de unos
cuatro dedos de largo y sección cuadrada, en uno de cuyos extremos se
tallaba la letra.
El trabajo era tan delicado, que solo podían dedicarse a él personas de
gran habilidad y experiencia, generalmente orfebres, plateros
acostumbrados a tallar metales preciosos, que se reciclaban
profesionalmente ante la creciente implantación de la alta tecnología
alemana.
Aquí tenemos unos cuantos punzones ya tallados, listos para el siguiente paso.
El siguiente paso era abrir
matrices. Se cogía uno de esos punzones, se colocaba vertical sobre un
pequeño bloque de cobre de un dedo de grosor y se hundía en él de un
martillazo seco.
El resultado era la matriz, una pieza de cobre con el vaciado de la letra correspondiente.
Cada una de estas matrices se encajaba en un pequeño molde de madera,
en el que se vertía una aleación líquida de plomo, estaño, cobre y
antimonio.
Cuando la mezcla se solidificaba y se abría el molde, lo que salía era una pieza como esta.
Había que repetir este proceso tantas veces como tipos quisiéramos
tener de cada letra. Los impresores solían encargar a los fundidores de
tipos unos cuantos de cada, porque en muchas de las páginas de los
libros que iban a imprimir habría seguramente varias aes, varias pes,
varias emes o varias ces. Y además de eso, los tipos podían perderse o
deteriorarse. Así que convenía no quedarse corto.
El oficio de grabar punzones era diferente al de abrir matrices, y
estos dos distintos al de imprimir libros. Los impresores no diseñaban
letras, ni por supuesto las esculpían en los punzones. Tampoco abrían
matrices con ellos, ni fundían tipos con el plomo líquido. Lo normal era
externalizar todas estas tareas, que podían ser desempeñadas por uno o por varios profesionales con sus respectivos operarios.
Cuando un impresor compraba una fundición completa, una familia de
letras —mayúsculas, minúsculas, redondas y cursivas— las guardaba en el
chivalete, un mueble con un cajón para cada familia de letras, que a su
vez estaba subdividido en compartimentos, donde los tipos se ordenaban
por letras.
Tipo a tipo, letra a letra, el impresor iba formando palabras que
dibujaban renglones que a su vez construían párrafos que configuraban
páginas. Páginas que luego embadurnaba de tinta y que iba imprimiendo
sobre hojas de papel.
Aquí podéis ver todo el proceso.
Da un poco de vértigo pensar cómo todas estas tareas minuciosas –el
diseño, el labrado de punzones, la apertura de matrices, la fundición de
tipos y finalmente la impresión —
encadenadas una detrás de otra se aliaron con el trabajo intelectual
de los autores y produjeron una fuerza cultural que cambió el mundo.
No volvió a suceder
nada parecido hasta 1989, cuando el físico británico Timothy
Berners-Lee creó el lenguaje HTML, el protocolo HTTP y el sistema de
localización URL, los tres pilares de la internet.
Si alguien está interesado en saber más sobre la tipografía en el
Renacimiento, le recomiendo el excelente libro de Harry Carter, Orígenes de la tipografía. Matrices, punzones y tipos de imprenta (siglos XV y XVI), de donde he tomado la fotografía del impresor vertiendo la aleación en el interior del molde .
TAREA: la imprenta era un invento peligroso e inquietante para el
poder, que en seguida dictó normas para controlar la difusión de los
textos. Echa un vistazo al privilegio, o permiso de impresión, de la primera parte del Quijote y compáralo con las voces que piden la regularización de la internet.